En los antiguos jardines de Lesbos, bajo la sombra de los olivos centenarios, Safo, la décima musa, se sentaba con su lira en las manos. Las hojas susurraban secretos y el viento parecía llevar consigo los versos que aún no habían nacido.

Una tarde, mientras el sol se hundía en el horizonte, Safo contempló el mar. Las olas danzaban al compás de su corazón inquieto. Inspirada por la belleza efímera, comenzó a cantar:

Και φωτίζετε τη ζωή μου
Μου δίνεις ελπίδα να συνεχίσω
Φωτίζετε τις μέρες μου
Και γεμίστε τις νύχτες μου με ψαλμωδία.
Δεν μπορεί να είναι λάθος

Los versos fluían como el agua de un manantial, y la lira vibraba en armonía con su voz. Los dioses parecían escucharla, y las estrellas se inclinaban para oír su canto.

La poetisa de los amores imposibles y pasiones desbordantes había tejido un nuevo hilo en su sáfico telar. Sus palabras, como las manzanas maduras en los árboles, colgaban en el aire, esperando ser recogidas por aquellos que anhelan el fuego de la inspiración.

Y así, desde aquel atardecer dorado, Safo fue la voz de los enamorados, la musa de los corazones ardientes. Sus versos, como una luz eterna, seguirían brillando a través de los siglos, recordándonos que el amor y la poesía nunca pueden estar equivocados.

Dante Amerisi.